dilluns, 17 de novembre del 2008

no me aburre esperar

Debe ser que habré cambiado yo o algo, pero juraría que ella también ha cambiado, con sus luces frías, por muy amarillas que sean, y esa intermitencia rítmica y artificial.

Paso cerca de la feria de barrio, que huele a aceite de freír churros y a azúcar y a extrarradio. Ese ritmo maquinero de verano de los noventa y alguna sirena que avisa el comienzo de un nuevo ciclo de dos minutos.
Las ferias siempre me han dado una especie de tristeza mansa que no se bien de dónde me viene. No sé si será la cara de resignación de la vendedora de fichas de los autochoques o el cigarro a medio consumir entre los dedos mugrientos del de las escopetas y los premios gordos que nadie gana. No sé si será la oscuridad y el descuido que se mastica tras las atracciones, en aquellas estructuras pasajeras, indiferentes a todo, aceitosas y empolvadas, la síntesis de lo efímero.
Sigo andando y las luces de esta calle inmensa y vacía, ordenadas en serie hasta el infinito, me hablan de ella: que puede que haya cambiado, pero que sigue sorda e inalterable. Titánicamente imponente. Desastrosamente humana.
El poder destructivo del tiempo deja cables y cañerías al descubierto. Paredes fragmentadas. El arte de la nada y la expresión del pueblo, que dice tantas cosas que parece que calle. Hijo de puta se escribe con hache y una mancha negra en un suelo acostumbrado a que lo pisen. Me imagino la moto que perdía aceite y que quien sabe dónde estará ahora.
Una chica llora desconsolada mientras habla por el móvil y se agarra a su equipaje de viaje, que riman. Dos parejas desconocidas la miran sin saber qué hacer. Le han robado mucho y está un poco sumergida en un mar de nervios bastante espectaculares para la gente que pasa.
Pero mis pasos, mis pasos que se me llevan, y descubro la insolente plenitud que supone la nostalgia. De lo vivido, de lo que pienso. Miro a esta ciudad de mierda, bruta, roída, enferma, y acepto que me inspira más que mil poemas. Que me siento segura andando por sus calles de jaleo, de gente que mira de reojo y chavales que escupen en el suelo.
Las manos en los bolsillos y mi consciencia en la mochila, que ahora que me fijo, pesa menos que hace un rato...
No sé si me habrán robado o si es que habré perdido el norte (vaya carga) entre las ruinas de un pasado físico, con el tenaz orgullo de la artista que sé que algún día se me olvidará llegar a ser.

Vale, será que soy yo la que ha cambiado.

2 comentaris:

dunasdelmar ha dit...

puede. Sentarse a la sopa boba y esperar tampoco es tan aburrido,sobretodo si te fijas en todas las cosas que pueden pasar por delante y te conviertes en esponja, esa que lo absorbe todo.

Clara ha dit...

are you good???